Sobre la afamada Cumbre de las Américas se ha dicho todo, y no se ha dicho nada.
Intervienen muchos factores: el presupuesto, las reuniones bilaterales, los complejos –y exagerados- protocolos de seguridad, la “reubicación” de los habitantes de la calle, de los vendedores ambulantes y perros callejeros. No olvidemos las fotos, que han atiborrado las páginas sociales de las revistas de farándula, las críticas a los vestidos de presidentes, ministros y primeras damas realizados por expertos (desocupados) de la moda en el país, las comidas oficiales, la liberación de Ublime. Esta última muy publicitada.
La verdad absoluta sobre los resultados de la cumbre, nadie la posee. O eso creo yo. Pero tras la culminación de esta reunión diplomática, quedan muchos interrogantes en el aire. ¿Para qué sirvió? ¿Es América (como continente) un territorio más próspero ahora? ¿Lo será en el futuro? ¿Ya dejaron de esconder a los habitantes de la calle? ¿Cuántos perros callejeros mataron? ¿Realizarán, misteriosamente, almuerzos gratuitos para gente de escasos recursos? ¿Ya dejan vender cocadas en la playa otra vez?
Muchas de estas preguntas –unas serias, otras no tanto- no tienen respuesta. Debemos entonces observar nuestra realidad para hacer un retrato de los resultados de esta Cumbre en nuestro país.
Un repentino sentimiento de patriotismo se apoderó del pecho de muchos colombianos durante estos días. Otra vez salieron a flote las bromas, las “colombianadas”, la “malicia indígena”, de la cual, muchos se sienten orgullosos.
Pero… ¿Qué es la malicia indígena? ¿Debemos asumir que nuestros indígenas eran malos? Lo que logro deducir del comportamiento social, es que la “Malicia” es más bien una “inocencia” y en muchos casos –sobre todo en élites políticas- y utilizando un modismo español, un “hijoputismo” y que de indígena no tiene nada. ¿Por qué? Simple. Porque la mayoría de personas, muchas de las cuales dicen sentirse orgullosas de ser colombianas, de haber nacido acá, rinden vana pleitesía a extranjerismos y humanos, simples seres humanos, venidos de otros territorios, convertidos en deidades a causa de nuestra ignorancia.
¿Recuerdan al burrito? Si, ese mismo. El que querían regalarle a Obama. Qué lindo, un burro sí. Yo los entiendo, quizás creyeron que el presidente de Estados Unidos recurre a sus mismas prácticas sexuales. Pero no, él ya tiene lo suyo. No en vano se dice que Michelle Obama es una “caballota”.
Pero me alejo del punto al que quiero llegar.
En las redes sociales, puede verse una foto de un grupo de cartageneros, ondeando banderas de Estados Unidos, con gorros, pitos y flautas, pancartas y a falta de uno, con dos burros. Si señoras y señores: dos burros, cada uno con su respectivo gorrito, todos ellos, dándole la bienvenida a Obama.
Y es sobre este aspecto al que quiero referirme. No a los burros, animales a quienes tanto respetamos en Colombia y que por eso, hemos decidido poner en el poder desde hace dos siglos, sino a las personas que armaron todo este zafarrancho Obamista.
Estoy seguro, muy seguro, de que esas personas se sienten orgullosas de ser colombianas, pero quisieran ser de Estados Unidos. Es una cosa así como un patriotismo bipolar, una ignorancia alimentada por la ilusión de una vida plena y de ensueño allá, en el país de la libertad. Esa es la malicia indígena: sentirnos orgullosos de nuestra propia estupidez y sometimiento. Lamento usar esa palabra, pero la considero necesaria. Nos dejamos ilusionar por promesas vacías, de los mismos que antes prometieron y no cumplieron jamás, de los que saludaron y jamás volvieron a mirar hacia el lado triste de Colombia, hacia la miseria, hacia esa misma miseria que les transfirió su poder.
Y también, nos dejamos ilusionar por los que vienen de afuera y poco les importa que acá seamos carnavalescos y gastemos dinero en pancartas y gorros para recibirlos.
Nuestra malicia indígena no es tan mala después de todo. Es más bien ignorancia. Somos un pueblo sometido por voluntad propia, este tipo de actitudes lo demuestran. Nos arrodillamos para venerar a quienes son culpables del abandono y la pobreza, nos hemos dejado anonadar por su lenguaje rimbombante, por su elegancia diplomática, por las palabras que salen de sus bocas, todas muy bonitas, sobre todo en tiempos de campaña.
Y con un pueblo así, es muy fácil implementar leyes que vayan en su contra, si al fin y al cabo, no le importa pasar necesidades si de vez en cuando pueden contemplar con admiración un avión presidencial en su ciudad, y de esta manera sentirse “orgullosos de ser colombianos”.
Quedan aún muchas preguntas sin resolver. El tema es largo y poco a poco, quedará sepultado en el olvido, así somos.
Para finalizar, quiero enviar un saludo a los cartageneros que lean este artículo –si es que hay alguno- y en especial, a los dueños de los dos burritos, y a los burritos, por supuesto, que recibieron con gran felicidad a Obama y que muy posiblemente deban estar cargando agua para llevar a sus comunidades. Nada que hacer, así somos.
Libreta de apuntes
Por: Andrés Felipe Castañeda.–